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lunes, 19 de mayo de 2025

El apátrida



El apátrida salvó su vida 

gracias a sus grandes poemas,

en las cafeterías encendió velas

y contaba, después de cada trago,

que, en un malecón,

había conocido a un mascarón

que sabía las canciones del verdugo

y las silbaba sin interrupción cada madrugada.


Os podría decir

que con el verso 

de la dama del lago 

podría reconstruir 

el escenario de una nueva 

ciudad, 

sería como el actor de una nueva 

tragedia,

con unos ojos oscuros 

que se parecen a los del brigadier 

que murió en la última guerra.


En esta tierra, yo, el apátrida 

paso las noches 

tomando el té 

y cavilo en ir

hasta el áspero horizonte de mi vida, 

no tengo el miedo

de la desnudez

y mi corazón

es el lienzo

que contiene mis lágrimas. 


Ya nadie se arma de valor, 

bronce y carbón

me mantienen endurecido,

los vientos me devuelven 

la dignidad 

de los pobres 

y de los que besan a una muchacha de carne tibia, 

sin embargo, dura como la sombra  

de un pelícano.


Seré franco,

buscaré ríos

donde arrojarme a sus aguas,

en mi cuello,

encima del esternón, 

guardo un hueco

donde se posan

los cuervos

de la desesperanza.

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